
La resistencia inducida es uno de los mecanismos de defensa más fascinantes y prometedores de la biología vegetal. Se trata de la capacidad de las plantas para activar sus defensas naturales cuando perciben la amenaza de patógenos o plagas. Gracias a ello, el vegetal queda en un estado de “alerta” que le permite responder de forma más rápida y eficaz en futuros ataques.
A diferencia de los tratamientos químicos convencionales, la resistencia inducida no busca eliminar al patógeno de manera directa, sino reforzar la capacidad defensiva de la planta. Esto convierte a esta estrategia en una herramienta clave para la agricultura moderna y sostenible.
¿Qué es y cómo funciona la resistencia inducida?
La resistencia inducida se define como un estado fisiológico de defensa aumentada que se activa tras un estímulo externo, ya sea biótico (como la presencia de un hongo, bacteria o insecto) o abiótico (como la aplicación de un compuesto químico o bioestimulante).
Gracias a este fenómeno, las plantas reaccionan de manera más intensa y acelerada frente a la invasión de hongos, bacterias, virus, nematodos o insectos herbívoros. Existen dos grandes formas de resistencia inducida:
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Resistencia Sistémica Adquirida (RSA o SAR): se activa tras una infección localizada o mediante compuestos análogos al ácido salicílico. Se caracteriza por la acumulación de proteínas relacionadas con la patogénesis (PR) y de fitoalexinas, compuestos antimicrobianos de amplio espectro.
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Resistencia Sistémica Inducida (RSI o ISR): promovida por rizobacterias benéficas presentes en el suelo. Está mediada por las vías del ácido jasmónico y el etileno. Aunque no genera necrosis visibles, otorga una protección duradera contra diferentes patógenos.
En ambos casos, la planta no elimina directamente al agente dañino, sino que mejora su capacidad de defensa y resistencia frente a él.
Inductores y mecanismos de activación
La activación de la resistencia inducida se logra gracias a moléculas llamadas elicitores, que pueden tener distintos orígenes:
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Naturales: fragmentos de paredes celulares de hongos como la quitina o los glucanos, extractos vegetales, micorrizas o bacterias benéficas.
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Sintéticos: compuestos diseñados para imitar moléculas señalizadoras, como el ácido salicílico. Ejemplos clásicos son el BTH (acibenzolar-S-metil) y el INA (ácido 2,6-dicloroisonicotínico).
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Bioestimulantes: moléculas como el quitosano o las oligoglucosaminas, capaces de estimular la producción de fitoalexinas y enzimas defensivas. Han demostrado gran eficacia en cultivos como soja y tomate.
Una vez activada, la planta pone en marcha diversos mecanismos defensivos:
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Muerte celular localizada o respuesta hipersensible, que limita la expansión del patógeno.
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Refuerzo de la pared celular mediante lignificación o formación de papilas.
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Producción de fitoalexinas con actividad antimicrobiana.
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Síntesis de proteínas PR, que dificultan el desarrollo del patógeno.
Ejemplos prácticos de inductores efectivos:
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El BTH, utilizado en trigo, tabaco y tomate, con eficacia frente a mildiu, roya o alternaria.
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El INA, con efectos similares como inductor salicílico.
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El quitosano y las oligoglucosaminas, capaces de multiplicar hasta 40 veces la producción de fitoalexinas en soja.
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Rizobacterias del género Pseudomonas, que estimulan la RSI y mejoran la salud radicular.
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Productos comerciales como Brotomax en cítricos, que aumenta la síntesis de escoparona frente a Phytophthora parasitica.
Aplicaciones y beneficios en la agricultura moderna
La resistencia inducida presenta grandes ventajas para los agricultores y técnicos de campo:
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Ofrece un amplio espectro de acción contra patógenos muy diversos.
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Tiene una duración prolongada, que puede extenderse durante semanas o incluso meses.
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Permite reducir la dependencia de pesticidas químicos.
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Se integra fácilmente en programas de manejo integrado de plagas (MIP).
No obstante, también presenta algunas limitaciones. En muchos casos no evita la enfermedad por completo, sino que reduce su severidad. Además, requiere un tiempo de latencia tras la aplicación del inductor y su eficacia puede depender de factores como la nutrición o las condiciones ambientales.
En la práctica agrícola, la resistencia inducida se complementa con:
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Programas de fertilización equilibrada, que mejoran la fisiología general de la planta.
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Estrategias de MIP, donde se combinan métodos culturales, biológicos y químicos selectivos.
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Uso de variedades resistentes o tolerantes a determinadas enfermedades.
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Tratamientos preventivos que reducen la presión de inóculo en campo.
Conclusión
La resistencia inducida es una herramienta poderosa que aprovecha la propia biología de la planta para mejorar su capacidad defensiva. El uso de inductores como el ácido salicílico, el BTH, el quitosano o las oligoglucosaminas abre nuevas posibilidades para reducir la incidencia y severidad de las enfermedades, disminuyendo a la vez la dependencia de fungicidas convencionales.
En un contexto donde la sostenibilidad y la reducción de insumos químicos son cada vez más importantes, esta estrategia se posiciona como un aliado clave para la agricultura del futuro. En Fertihouse apostamos por difundir y aplicar este tipo de soluciones, que combinan eficacia con respeto al medio ambiente y que permiten avanzar hacia una producción más sostenible y competitiva.